Viajeros de Mundo Conocido


Este blog pretende poner al seguidor de El Heredero de los Seis Reinos en contacto con los personajes, territorios, historias y tramas que envuelven esta saga de fantasía. Con una periodicidad semanal se subirán relatos y leyendas que tendrán como protagonistas a personajes y hechos que irán apareciendo en las novelas de forma secundaria. Sin duda, el blog Historias de los Seis Reinos será siempre un punto de referencia al que acudir.

lunes, 24 de febrero de 2014

Un año de blog




               Cuando comencé a elaborar los primeros borradores del Heredero de los Seis Reinos, tenía la certeza de que si quería que este proyecto se hiciera hueco en el panorama literario del país debía ser diferente a todo lo escrito hasta ahora.
            Después de mucho pensar, leer y observar, llegué a la conclusión de que todos los autores seguían el mismo esquema a la hora de trabajar; primero escribían la obra y después la daban a conocer. Como mucho, unas semanas antes del lanzamiento, mientras el libro tomaba forma en la imprenta, se empezaba a hablar de él en diferentes medios y redes sociales.
            Entonces me dije: ¿Y si lo hacemos al revés? ¿Y si comparto mi saga de fantasía antes de editarla? Y me puse manos a la obra en busca de la fórmula para conseguirlo.
            Desde el primer momento tuve claro que si había algo que se me daba bien era escribir relatos cortos. De hecho, desde que empecé mi aventura con las letras a través de las historias breves, he ganado varios certámenes nacionales. ¿Por qué no utilizar este medio para dar a conocer mi obra?



            Y eso fue lo que hice. Decidí crear un blog donde compartir con los amantes de la literatura, en especial del género fantástico, una serie de relatos inéditos de publicación semanal, que estarían estrechamente ligados a las cinco novelas que formarán la saga del Heredero de los Seis Reinos. La idea era situar al lector en Mundo Conocido, familiarizándolo con sus personajes, sus paisajes, su climatología, sus especies… Siempre, por supuesto, sin desvelar la trama de las novelas. Este blog serviría de punto de referencia para los lectores de la saga tanto antes como después de la publicación de las obras. Además, también era una forma de conocer vuestra opinión, de saber qué os gusta y qué no, de entender qué buscáis cuando os enfrentáis a una nueva novela y, en definitiva, de saber si estaba realmente a la altura de ofreceros algo de calidad.
            Una vez decidí cómo dar a conocer al mundo mi proyecto, necesitaba rodearme de un equipo de profesionales que me ayudara a ambientar cada uno de los relatos. Lo primero que hice fue echar mano de mi agenda de amigos. ¿Quién mejor que la gente que me conoce para entender lo que deseaba hacer?
            Tengo la suerte de contar entre mis conocidos con dos auténticos artistas de la fotografía y del dibujo, así que, ¿por qué iba a buscar fuera lo que tengo en casa? De esta manera contacté con Antonio Amboade y con Rocío Martínez y les propuse que colaboraran conmigo. Ambos accedieron sin pensarlo y juntos nos embarcamos en Historias de los Seis Reinos, un blog que hoy cumple su primer año de existencia y que está sobrepasando con creces todas las expectativas que habíamos puesto cuando empezamos en el mes de febrero del año pasado.
            Tras 365 días en la red, después de 54 semanas publicando cada lunes sin importarnos que fuera Navidad, verano o festivos, podemos decir con orgullo que estamos a punto de superar las 45000 visitas, que vamos camino de los 700 seguidores oficiales, que hemos recibido cerca de 3000 comentarios, que nos siguen desde noventa países, con cifras tan sorprendentes como las 5000 visitas que hemos recibido desde Estados Unidos o las 1500 desde Rusia.
            Gracias a Historias de los Seis Reinos han contactado conmigo lectores de todas partes preguntándome por los libros, por la saga y por su publicación. Varios agentes literarios y editoriales han llegado hasta mí a través del blog interesándose por el proyecto y son varias las ofertas para publicar las novelas que he recibido…
            …Y todo esto gracias a la idea que tuve hace año y medio y que se llamó Historias de los Seis Reinos, el blog que precede a la saga del Heredero de los Seis Reinos.
            Gracias a todos los que empezasteis conmigo, a los que os habéis unido por el camino y a los que todavía no conocéis mi obra, pero estáis a punto de hacerlo. A todos, GRACIAS.


                                                   Antonio Amboade Vázquez, fotógrafo.
                                                 http://elblogdenerioazul.blogspot.com.es/


 
 Rocío Martínez Maestre, dibujante.


Miguel S. Juaneda
Autor del Heredero de los Seis Reinos

lunes, 17 de febrero de 2014

Relato nº 52 Danza del caos



Dulce y suave resbala por mi garganta. Es la sexta jarra de hidromiel que disfruto esta noche. Su sabor mejora con cada trago. Los kalandryanos saben cómo fabricar este licor y, sobre todo, cómo servirlo. Los heleros que hay en las tabernas permiten beberlo frío como la nieve y que penetre con delicadeza estallando en un sabor placentero al contacto con el paladar.


    Quiero levantarme porque apenas me queda nada que ofrecer al tabernero, pero las piernas no me responden. Mis brazos están laxos como la ropa al viento y mi cabeza no recuerda qué me trajo hasta aquí. Era algo importante que no debía olvidar, pero ya es demasiado tarde. Si estoy en una taberna y borracho, debe tratarse de un asunto de amores, por lo que no es tan trascendental...
    A mi lado se sienta Barlogk, un fortachón cuya espalda es más ancha que la mayoría de las puertas. Ha bebido cuatro veces más que yo y apenas se le entiende lo que masculla por esa boca, donde asoman dos hileras de dientes ennegrecidos. No para de hablar de rosas-violáceas, unas extrañas flores nunca vistas en Kalandrya, pero que el grandullón se empeña en recordar una y otra vez. Uno de los aldeanos, consciente de su borrachera, le entrega un cardo seco y le asegura que se trata de una rosa kalandryana. Barlogk no lo duda y se lo coloca en la cabeza, a modo de adorno. Los presentes no paran de reír. El gigante se anima, pensando que lo alaban, y la sujeta fuerte con un lazo encarnado que ha robado a una de las taberneras. De un salto se sube sobre la mesa y comienza a bailar dando brincos que provocan que la tierra tiemble bajo sus pies. La estructura de madera emite agudos sonidos antes de quebrarse, vencida por el peso del gigantón, que queda tumbado boca arriba con las piernas y los brazos en suspensión, como si de una cucaracha se tratara.
    Gracias a los espíritus de la tempestad he tenido la suficiente agilidad como para salvar mi jarra de hidromiel antes del desastre… ¿Qué hago en esta taberna kalandryana? ¡No consigo recordar…!
    Me dispongo a degustar el último trago pero Barlogk me lo impide. Sin que pueda hacer nada por salvarme, me agarra entre sus brazos y me gira en amplios círculos, convirtiéndome en su improvisada pareja de baile. Me susurra algo al oído pero no consigo entenderlo. Creo que voy a vomitar. Los comensales aplauden al compás de la música, con lo que mi compañero acelera aún más el ritmo.
    Mi cabeza oscila a mucha velocidad y estoy a punto de perder el sentido cuando Barlogk decide soltarme con delicadeza, entendiendo por delicadeza el dejarme caer de sus enormes brazos en mitad del giro hasta que mis posaderas se estrellan contra el frío y duro suelo de la taberna.
    Ahora le ha tocado el turno a un soldado que cena tranquilamente con sus armas sobre la mesa. Al guerrero no parece hacerle gracia, pero Barlogk lo toma por las axilas y lo eleva haciéndolo girar en una siniestra danza. Es tal la fuerza que imprime a sus brazos que le rompe la cabeza al golpearla contra una de las traviesas del techo. Al parecer soy el único que se percata de cómo la sangre resbala por su cráneo ya que el resto de espectadores ríen al borde del éxtasis.


 
      El grandullón lo lanza sobre uno de los bancos y agarra a otro de los lugareños deseoso de disfrutar de aquel juego de niños. Todos ríen a carcajadas sin creer lo que ven sus ojos. Barlogk lo toma por las piernas y utiliza su cabeza como arma contra el resto de los asistentes. Uno a uno los va golpeando hasta dejarlos fuera de juego. Las mujeres tratan de huir despavoridas, pero es demasiado tarde ya que también arremete contra ellas, dejándolas tumbadas con los cráneos rotos y los ojos fuera de las órbitas por el miedo.
    Barlogk se vuelve hacia mí sonriendo. No queda rastro de alcohol en su mirada y la cordura regresa de golpe a mi cabeza. Una misión nos ha traído hasta aquí desde nuestra Utsuria natal; destruir al clan Hurbeka y matar a todos sus miembros… La guerra ha comenzado.

lunes, 10 de febrero de 2014

Relato nº 51 Juegos de guerra



El casco le molestaba. Se le clavaba en la frente como si cien flechas agujerearan su cabeza. Partieron seis lunas atrás, de noche, como vulgares ladrones a pesar de que ellos eran guerreros, miembros de la guardia real myrthyana. No les explicaron a dónde se dirigían ni los motivos de tan inesperada marcha. Solo les dijeron que debían cargar todo su armamento con el mayor sigilo posible y procurar que sus monturas no hicieran ruido. Para Sildarm no fue un problema ya que su caballo era tan silencioso como él mismo.
    Desde aquella noche no se habían detenido salvo lo estrictamente necesario para tomar algo de alimento y desentumecer las piernas. La larga marcha le estaba pasando factura. Además del terrible dolor de cabeza, las ampollas que la coraza causaba en sus antebrazos eran cada vez mayores y supuraban un líquido blanquecino de un hedor insoportable. Su rodilla derecha no lograba extenderse del todo cuando descendía de su montura y los dedos de los pies habían perdido toda la sensibilidad.
    No, no estaba acostumbrado a las largas marchas ni a las guerras. Había pasado mucho tiempo desde que entró en la guardia myrthyana y jamás había participado en batalla alguna. Su labor consistía en garantizar que nadie atravesara el portón del castillo durante las primeras horas del día y la cumplía sin incidentes. Sus superiores estaban satisfechos con él. Nunca llegaba tarde, siempre aparecía aseado y jamás tuvo un altercado. El resto del tiempo lo pasaba de taberna en taberna. No tenía familia y sus amigos se podían contar como las hojas de un trébol. Le gustaba su tranquila vida. En algunos momentos añoraba el tener unos brazos femeninos en los que refugiarse, pero cuando escuchaba las disputas de sus compañeros con sus mujeres e hijos se alegraba de que sus máximas preocupaciones fueran alimentar bien a su caballo y disponer de lo suficiente para que en el mesón le prepararan una suculenta comida cada día y buenas jarras de hidromiel.
    Esa dulce vida le había reblandecido, sin duda un problema cuando se encontraba a punto de entrar en batalla.
    Durante jornadas agotadoras recorrieron Myrthya de un rincón a otro. Era como si buscaran algo que se escapaba a la vista de sus mandos. Daban vueltas de norte a sur y de este a oeste sin hallar más que campesinos y comerciantes que se mostraban incrédulos y excitados cuando los veían, temerosos de que una guerra estuviera a punto de estallar.
    Cuando Sildarm creyó que ya no podía avanzar ni unos pasos más, frente a ellos surgió un numeroso grupo de soldados. Bueno, eso daba a entender el armamento que portaban, ya que sus ropajes eran de agricultores y sus monturas más bien parecían bestias de arar que caballos preparados para el enfrentamiento.
    Al frente de aquellas huestes se encontraba Nilmuj, el hermano de su comandante en jefe. Ahora sí que no entendía  nada de lo que estaba ocurriendo.
    La incredulidad se afianzó en sus sentidos cuando observó entre los supuestos enemigos a Bulchba, un primo lejano que vivía en la aldea de Balyeza y que no veía desde hacía años, pero que reconocería en cualquier parte por su prominente nariz y el rojo de sus cabellos, características inconfundibles de su familia materna. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué perseguían a sus vecinos? ¿Quizás eran fuerzas que venían a sumarse a su formación?
    El griterío de su capitán incitándolos a combatir lo sacó del ensimismamiento en el que se había sumido. No, no eran amigos. Debían enfrentarlos. Espoleó a su caballo y se dirigió contra aquellos conocidos sin saber por qué. Obedeció ciegamente. Sesgó brazos y piernas y clavó su espada en más de un corazón. Durante todo el día no hizo más que matar sin descanso, al igual que sus hermanos de formación. La inexperiencia de aquellos campesinos y ganaderos jugaba a su favor. Trataban de defenderse pero apenas eran capaces de sostener sus espadas como era debido.
    Las mangas de la camisa de Sildarm se habían teñido por completo de rojo. La sangre de sus vecinos resbalaba por su coraza y por sus botas como si de agua de lluvia se tratara. El campo quedó regado de miembros descuartizados. Los gritos de dolor impedían escuchar las órdenes de los superiores, que en todo momento se habían mantenido lejos del campo de batalla.
    La noche llegó y con ella el silencio. Apenas quedaban enemigos en pie. Los habían destrozado. Entonces el capitán les ordenó que los enterraran. Allí, en medio de un valle de suelo rojo, antes verde, bajo la atenta mirada de Dalurne, cavaron improvisadas tumbas en las que fueron introduciendo los cadáveres de aquellos desgraciados. Había ancianos, jóvenes e incluso niños. Sus manos estaban cubiertas de callos por el duro trabajo en la tierra y sus rostros amoratados reflejaban el terror de quien nunca había combatido.
    Al alba, los cuerpos habían desaparecido. Junto a sus superiores se encontraban los que habían comandado al ejército supuestamente enemigo. Todos reían y bromeaban. Sildarm no entendía qué ocurría. Regresaron a Myrthelaya tras hacerles jurar un obligado pacto de silencio.
    Durante muchas jornadas no pudo conciliar el sueño, azotado por la visión de aquellos cadáveres. Una noche, tras acabar su ronda, acudió a una taberna y en un rincón descansaba la borrachera su capitán. Sildarm no pudo resistirse y se dirigió hasta él para preguntarle los motivos de aquella sangrienta carnicería.


    El capitán alzó una extraviada mirada y entre susurros le contó que aquello no había sido más que un juego de los príncipes, que hicieron una absurda apuesta para ver si la formación militar era realmente necesaria o no. Una vez que iniciaron su contienda fueron incapaces de detenerla y provocaron aquella masacre de la que nadie nuca tendría noticias.
    Sildarm no podía creer lo que el capitán le estaba contando, pero algo en su mirada le decía que era cierto. Fuera de sí, giró sobre sus talones y volvió al castillo. Le dijo al compañero que montaba guardia en la puerta de los aposentos reales que no podía dormir y que le hacía el turno. El camarada de armas dudó, pero una generosa bolsa de monedas y la promesa de que en el prostíbulo de la plaza central lo esperaban dos de las rameras más deseadas lo hizo capitular sin hacer más preguntas. Cuando éste hubo abandonado el corredor de acceso, Sildarm entró sigiloso en las habitaciones de los dos príncipes y, sin mediar palabra, les cortó el cuello mientras dormían...
     Aún no había amanecido cuando el guerrero de la guardia real subió a lomos de su caballo y puso rumbo a la frontera del vecino reino de Zirwania, donde intentará rehacer su vida lejos de los recuerdos más aterradores. 



lunes, 3 de febrero de 2014

Relato nº 50 El último disparo



La prueba había finalizado y Nelkartt continuaba sentado en el suelo. Junto a él, su inseparable arco y el carcaj con tres flechas en el interior. El joven kurlino miraba fijamente la diana situada a unos doscientos pasos. El campo estaba desierto y el numeroso público, que instantes antes se agolpaba en los graderíos para ver la final de la competición de tiro con arco, se había esfumado. Sólo un niño de apenas cinco años de edad permanecía sentado en un banco en la zona de los arqueros. 



    El azar quiso que se enfrentara al mismísimo Grunalh, rey de Myrthya, en la última de las tandas. Nelkartt sabía que su puntería era incomparable y que ningún myrthyano le vencería, pero también era consciente de que no debía derrotar al monarca del reino del arco iris. Desde que empezaron los Juegos de la Memoria, el muchacho se deshizo de los adversarios que se iban cruzando en su camino. Por el contrario, el rey se plantó directamente en la final por soberano decreto.
    Nelkartt no podía apartar de su mente la mirada condescendiente del monarca cuando erró adrede su último lanzamiento clavando la flecha lejos del centro de la diana. Grunalh sólo tuvo que aproximarse al círculo rojo para proclamarse campeón del torneo y llevarse todos los elogios. Antes de recibir el trofeo que le acreditaba como ganador, el rey se acercó a Nelkartt y le susurró:
    —Has competido bien, kurlino, pero estás muy lejos de derrotar a tu rey.
    El joven no pudo más que inclinar la cabeza en señal de respeto.
    Las nubes poblaron el cielo provocando que los últimos rayos de sol se escondieran antes de lo previsto. Sin tiempo para que Nelkartt se pusiera a cubierto, un gran estruendo resonó en Myrthelaya y un aguacero descargó toda su fuerza sobre el muchacho, que permanecía sentado apretando con fuerza el mango de su arco, como si la presión que ejercía le permitiera deshacerse de la rabia contenida.
    Sentir el agua fría sobre su compungido rostro lo hizo reaccionar. Con sus ropajes empapados, Nelkartt se incorporó y cogió las flechas de la funda, poniendo dos de ellas entre sus labios. 

    La última la colocó en el arco y lo tensó con fuerza apuntando a la diana, en la cual aún permanecía clavada la saeta que le había dado la victoria al rey. El muchacho cerró uno de los ojos y apuntó dejando su mente en blanco. Luego, con un suave movimiento, soltó sus dedos y observó como la flecha se dirigía hacia su objetivo con la rapidez con la que las águilas descienden para capturar una presa. Después, con la velocidad de un pestañeo, cogió las otras dos flechas que aguantaba en su boca y las lanzó detrás de la primera… 
    …Instantes más tarde, Nelkartt emprendía el camino de regreso hacia Kurt-Lantadia, su hogar. En su rostro mojado se dibujaba una radiante sonrisa y tras él, un niño de apenas cinco años, miraba boquiabierto hacia una diana situada a unos doscientos pasos, donde tres flechas acababan de atravesar como por arte de magia la saeta que permanecía clavada y que había dado la victoria al rey.

                     Episodio correspondiente a la cronología de Myrthya y que tuvo lugar en el año 512 del segundo comienzo.